El ansia de comer. El hambre emocional.
Irene solía pensar que tenía un Gremlin viviendo de ocupa en su estómago, aunque a veces, daba la sensación de que era más abarcativo y el ansia de consumir estaba en sus pulmones, su corazón, toda su panza… y cuando se empeñaba en patear con urgencia sus entrañas se veía abocada a la ardua tarea de comer.
Comer le aliviaba, pero solo un poco. Era un momento de satisfacción, y en ese instante, breve, eso sí, podía sentir plenitud, si acaso una sensación efímera de placer haciendo callar a ese mísero que la dominaba por dentro.
Las causas del hambre emocional
Los mecanismos para despertar a ese pequeño monstruo eran casi siempre los mismos, ella los conocía bien:
- Un día estresante o frustrante en el trabajo
- Un disgusto con su pareja de turno, especialmente si la hacía sentir ignorada y no le daba ni su valor ni su lugar.
- Cuando finalmente rompían.
- Cuando se enrollaba con alguien de bajo estándar buscando migajas de amor.
- Cuando no llegaba a final de mes.
- Cuando discutía con sus hermanas o su madre.
- Cuando no se sentía querida, ni valorada y se veía a sí misma pequeña e insignificante.
- Cuando la tristeza o el bajón emocional llenaba sus horas.
- Cuando debía enfrentarse a una prueba importante y el miedo a fracasar hacía su aparición.
- Y un largo etcétera de situaciones similares.
A veces, incluso cuando el aburrimiento le ganaba, comerse una tonelada de palomitas viendo tv era la solución.
Sin embargo el resultado era el mismo, un momento efímero de felicidad, sentimiento de sentirse como un botijo, y luego sentimiento de culpabilidad por no saber controlar esos instintos.
Se veía a sí misma encerrada en una rueda de la que se veía incapaz de salir.
Llegó un momento en el que no sabía si su hambre era suya, natural, de su cuerpo, o el hambre era de ese Gremlin que ocupaba sus entrañas.
La ansiedad que hay detrás del hambre emocional
· Ese hambre que era urgente, nacía de pronto y no lo podía controlar. Un día, recuerda no sin dolor, que llegó a comerse un kilo de guisantes congelados, porque era lo único que tenía en su heladera y la urgencia no le permitía ni cocinarlos.
· Ese hambre que no le pedía comer zanahorias o tomates, sino lo más cargado de calorías que pudiera encontrar en su heladera, el helado era su recurso favorito, pero no le hacía ascos al chocolate o a un bocadillo de bacon con todo su aceite de freír.
· Ese hambre que no desaparecía nunca, jamás se veía llena, aunque estuviera a punto de vomitar, ahí seguía metiendo ruido y carcomiéndole las entrañas. Ese hambre que la hacía sentirse terriblemente culpable.
El día que decidió que su vida necesitaba un cambio
Irene tocó fondo. Llegó incluso al extremo de vomitar para seguir comiendo, después de todo, si los romanos lo hacían ¿por qué no ella?
Sus dientes habían perdido su blanco nácar, su piel el lustre hermoso que la caracterizaba, y la boca de su estómago frágil, incapaz de soportar una sola vez más la provocación del vómito sin riesgo de romperse.
Encima, y para colmo de males, ni siquiera los purgantes, laxantes o la provocación de vómitos ayudaban a eliminar las calorías ingeridas por el hambre de ese Gremlin y los kilos de más hacían aparición formando curvas indeseables en la pancita, las caderas y celulitis bien repartida en sus piernas. El intento de controlar su peso era una batalla añadida a su hambre sempiterna y la imagen que le devolvía el espejo, le recordaba la ausencia de su antaño, magnífica cintura de avispa.
Su autoestima había descendido a niveles donde realmente le costaba encontrarla. Su hambre emocional se había convertido en otra cosa y su Gremlin ahora era más feroz.
Se sentía morir
Quería vivir
Decidió cambiar
No podía sola
Lo había intentado mil veces
No podía con un fracaso más.
Era consciente de que necesitaba ayuda
Este es un caso que se ha ido más allá del hambre emocional ocasional, real por supuesto, y relatado en forma de historia con la que algunas personas se pueden sentir facilmente identificadas.
A veces, el hambre emocional es solo un poco de ansiedad derivada de un episodio puntual que pone patas arriba las emociones, pero en otras ocasiones, y aquí es donde hay que prestar profunda atención, deriva en desordenes alimentarios como la anorexia o la bulimia, especialmente cuando las emociones que causan ese desorden no es fácilmente identificable porque está alojado en lo profundo del subconsciente. Es importantísimo en estos casos, acudir a un profesional, un psicólogo que te ayude y te acompañe en el camino de tu sanación.